martes, 7 de agosto de 2012

Recital de poesía


   Me resulta que los recitales de poesía son prácticamente un embole cuando no dos o tres. A todos les interesa más leer que escuchar y hay un problema qué digo un problema, un problemón, porque así está el mundo de tanta habladuría y tanta incapacidad para escuchar lo que dice el otro, porque mire cómo está vestido, qué puede decir de interesante sin traje y corbata, con esa gorrita anacrónica y esa pipa Conan Doyle; qué puede decir si no tiene ni treinta años y pretende jugar con sombras y manipularlas para robar otras sombras y armar un ejército sin pólvora.
   Todos sabemos que yo soy el mejor, o por lo menos yo lo sé y con eso alcanza, ¿para qué entonces tanto circunloquio, tanta voltereta de saltimbanqui sobre odas que vienen y odas que van y rompen en la playa de lo repugnantemente sentimental? Increíble las imágenes que construye esa chica, muy poéticas y muy sexuales y muy surrealistas y muy modernista y muy post y muy muy, pero.
   Les cuento que la mejor poesía del siglo pasado está en prosa, según aquellos que considero los mejores escritores de dicho siglo, que son justamente quienes escribieron la mejor poesía en prosa: les cuento que la poesía es todo o nada según cómo y quién lo mire: les cuento que quién es cómo y también viceversa. Ya lo sé, soy el mejor como lo saben los que me leen o me escuchan, mientras  simultáneamente están pensando cuál es la manera más apropiada de plantarse al frente y practicaron días una tonalidad en su voz para mantener un ritmo poético, para no atascarse en la lectura. Pero el ritmo poético es lo que se dice, cada palabra en cada hueco que se llena, metida de sopetón, ósmosis o un trabajo de meses como el de Jorge Luis. Léase “El Método” de Descartes o no léase nada o líese o cásese o embárquese un martes trece que no le pasará ningún naufragio porque la superstición es sólo eso, superstición, y si piensa que le irá mal en lo que hace yo se lo aseguro, porque con que se lo asegure usted mismo ya alcanza y sobra.
   Yo soy el mejor en lo que hago y usted también pero en lo que hace usted y no en lo que hago yo. ¿Estamos de acuerdo que no hay mejores ni peores? Eso sí, le afirmo que su literatura es una mierda, una reverenda cagada con olor a salchichón primavera latinoamericano, y eso lo digo no como escritor sino porque acabo de escucharlo o lo escucharé dentro de muy poco, y puede sonar altanero, prepotente, incluso pedantísimo, pero qué se le va a hacer, cuando me gusta algo lo admito: mirá ese pibe, escribe casi como yo. Pero cuando no me gusta también hay que hacerlo notar, confesar: nunca llegará a ningún lado si se sigue moviendo por las imágenes poéticas; el aporte es una fotografía que se olvida al segundo folio del álbum, al segundo o al minuto o a las horas pero siempre se olvida, como los rostros y los aromas y el análisis sintáctico.  Igualmente a veces dentro del under de las letras hay un muy buen nivel (qué sorpresa, logró estilo, ritmo, de cualquier forma todavía le falta, siempre le falta), palabras precisas, temáticas interesantes, metafísica de sofá-cama, todo colorido, sin poesía social porque la literatura es justamente para olvidar los chicos que mueren en África, los presos políticos (escúchese los Redondos), la discriminación, la homofobia del homosapiens  erectus interanal, las dictaduras, Adams Smith, Tío Sam y Tía Hoffman, salir de eso, por un minúsculo e imperceptible canal adentro de los sesos salir de eso, incorporarse en otra cosa, en una novela, un cuento, un poema… pero eso sí, muy, pero muy bueno, porque de lo contrario no sirve, no sirve para una puta mierda, nos tira imágenes muy lindas, como una anécdota con moraleja aunque ni siquiera, pero no educa (porque bien sabemos que la revolución es educación, perdóneseme la aliteración), no educa ni por casualidad, no educa ni enseña ni da cátedra, no nos abre ni una sola ventana al conocimiento, no nos lleva hacia ningún puente, hacia ningún río de conciencia, y para eso querido amigo, qué quiere que le diga, prefiero la música.

                                                                                              Axel M. López

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