martes, 14 de agosto de 2012

Enemigo público número uno

   Me declaro enemigo público número uno. Si hay alguno antecediéndome, ya me enteraré en el noticiero. A ver cuándo me digno a abandonar de una vez por todas este camino de letras y me compro un arma. Pero para eso se necesita un dinero previo que no tengo. ¿Qué tiene de malo vivir fuera de una ley? Fácilmente irrumpiría, con mi sonrisa macabra de Cheshire, en un hogar de familia bien para ser cordial con un revólver sobre la mesa, con el mismo revólver aceptaría un whisky del padre, un puro y no robaría nada, cuando se tiene un arma no se necesita dinero, no se necesita más nada. ¿Qué tiene de malo asegurar que los dueños de las armas son también los dueños del dinero y además quienes pretenden someterme a la esclavitud del tren lleno a las cinco a.m., a los horarios que duermen el sonambulismo de Nixanemia? Cuando la gente está cansada de trabajar no piensa, llega a la casa, acepta gustosamente el mate de la jermu y se tira en la cama con el control remoto, tan remoto que controla todo menos la propia vida.
   Me declaro enemigo público número uno. Secuestraré millonarios y haré que paguen los rescates con armamentos militares, ¿qué hay de malo en asesinar al enemigo? Iluso el que crea que Jesús no asesinaba, Judas murió a su propósito, murió para el socialismo, no murió para el pan dulce en navidad, no murió para dejar a su paso un imperio de irrealidades cinematográficas. San La Muerte no existe, pero se puede ver cuando en los ojos no hay otra realidad que las de esas cuatro paredes que llaman hogar y barrio. Armaré un ejército de enemigos públicos, ¿qué hay de malo? No quiero ser rey sin corona quiero ser el inventor de la libertad sobre el sillón de las ilusiones populares. No quiero el simple conformismo del balón pie, del nacionalismo y los relojes. ¿Qué hay de malo que de mí se haya gestado una mente que no acepta la felicidad desde la economía?
   Me declaro enemigo público número uno, prófugo de la justicia que llena nuestras cárceles de la pena sin pena. Llena las cárceles de su propia basura. De aquellos que no pueden o no quieren o lo que sea, ser ni ingenieros, ni abogados, ni arquitectos, ni psicólogos, ni taxistas, ni empleados estatales, ni esbirros de corporaciones multimillonarias, y eligen la libertad adentro de una jaula. La libertad adentro de la jaula es el enemigo público número uno. Jaula capitalismo, jaula cárcel, jaula educación funcional, jaula aristotélica, jaula semita, jaula bancaria, jaula paco, jaula cocaína, jaula diamantes de muertes en África por más muertes en el cuello de la prostituta más bella con el hombre más cruel del ombligo para adentro. Me declaro enemigo público número uno, porque soy como soy y no acepto nada de esta realidad, porque primero hay que aprender a abrir los ojos y después comprender que los ojos mienten y que los ojos en el espejo de otros ojos nos acercan a una posible igualdad diferenciadora. Me salen así las palabras, llenas de mí en el uso de siempre, en su utilidad más característica, las mismas palabras que opacan, que dicen me declaro enemigo público, pero el enemigo público es más amigo o hermano. Y me declaro también es una falacia, porque me declararé, futuro, me declararé cuando me digne a dejar las letras y a hacer la poesía con un fusil.

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