Sí, Lolita, magnífico objeto de deseo, fuente intangible de rebosante juventud impura, cabellos de té de manzanilla y cutis de nieve u oro blanco, desde eso ¿qué encarnas? Desde tu postura quebrada y altanera, ¿qué escondes y qué buscas y para qué? Es impensable creer que resolverás todo sentándote sobre mis piernas. Niña caprichosa, observa tus faltas porque ese capricho desmedido es también, consecuencia de las aspiraciones de tu preponderante intelecto. ¿Con quién sales esta noche, adónde, a qué hora retornarás para eclipsarme? Abrígate bien, bufanda y sobretodo, abrígate que hace mucho frío afuera, Lolita.
Lolita, ¿gustas beber café antes? Por qué no, por qué me miras con esos ojos. Ya sé, Loli, que es el único par que tienes, pero por qué te empeñas en quemarme. Claro, para beber café eres chica pero para todo lo otro de ninguna manera. Hazme el favor y lleva paraguas, no seas chiquilina, no importa que te resulte antiestético. Sí, Lolita, sí. Ven aquí por un momento, acércate linda, abrázame, ya no eres una niña... ¿Ves que tu eres la que me incita? Ese beso de recién, mitad en el labio, mitad afuera, me desenfoca, me perturba, me releva de toda ética al acorralarme en situación de peligro, acechado por un fuego. Sí, Lolita, de tu boca nacen las llamas negras de que mis labios te sean insípidos. Malicia es tu segundo nombre. En tu beso ardo y de tu boca siento la quemadura del fuego negro que sólo encuentro en tu mirada, ahí, donde advierto que cualquier posible candor que presumes es infame y maliciosamente bello.
¿Qué?, ¿entonces aceptas un café antes de marcharte, Lolita, de perderte más allá de la lluvia? Ven aquí, falsa ternura nata, ven aquí otra vez. Qué demonios dice Kant si tú eres la única estética trascendental. Lo sé, lo sé, jamás leíste un libro, me darías miedo con una herramienta así, pero te comento que la estética trascendental es la percepción de los objetos físicos mediante la sensibilidad, tanto externa como interna. El tema es qué se entiende por sensibilidad. Te lo digo porque me doy cuenta que cuando hablo de estas cosas te gusto.
Ven aquí, dale. Viste, ¿tanto te costaba, Lolita? No, es estúpido creer que te cuesta algo, ya que entiendes naturalmente a la perfección cómo se juega a la escondida sexual, cómo se construye el deseo, ese simple soltar el pestillo de la grampa de la jaula del tigre, donde sería tan sencillo para mí un empujoncito sin sacar las garras... No, no recules, por favor, acércate, este tigre tiene conciencia, no fue mi intención asustarte, este tigre puede hacer que te despeines si así lo quieres, si te dejas caer sobre su lomo mientras echa a correr hasta quedar agotado, hasta que tú también quedes agotada de tanto aferrarte a él.
Pongo el agua en el fuego, espera, ya regreso. ¿Tres de azúcar? Bueno, cuatro. Aquí estoy, ¿ya ves que no tardé? Mira cómo se largó, te dije que iba a llover furiosamente. Será mejor que te quedes aquí, podré leerte un cuento antes de dormir, acariciarte el pelo hasta que tus párpados caigan como esa lluvia del otro lado de los vidrios, esos párpados de nada, casi frágiles, casi de agua, que pueden por un momento, sólo por un momento, apagar parcialmente el fuego negro de tus ojos verdes.
Axel M. López
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