No sé en realidad muy bien qué puedo decir de Juan Gelman. "¡Qué cuestión!", diría él como tanas veces en medio de sus poemas. Se incorporaba dentro de un paradigma poético que el mismo generaba y se encontraba incapaz de resolverlo. Pero cualquier escritor o poeta sabe que siempre hay una resolución, una salida por algún recurso, y cuando no la hay, cuando no hay ninguna salida de emergencia que nos salve de ese incendio, es evidente que debemos poner un punto final y pensar en otra cosa, concluir así lo que hemos hecho, dejarnos morir entre las llamas de nuestra realización.
¡Cómo decir las cosas más simples de la vida!
Este pan, ese pájaro, la noche.
¡Cómo decir un hombre claramente!
Algo que fue creciendo bajo el aire,
una ternura, sí, con apellido
un gran pañuelo de llorar, tal vez,
una camisa a la que llega un barco,
un zapato mordiendo los caminos. (...)
Juan Gelman no se impone por metafísico ni por costumbrista, no por su lenguaje (sí pero no, no exclusivamente, no primordialmente) ni por profundo (idem), se impone por otra cosa, por una especie de simpleza que nos puede tocar la piel, que erotiza, sube nuestra libido sin perder su usal dejo de romanticismo, de nostalgia inexplicablemente urbana: "¡Armaré las espadas de mi leche!", nos dice y los bien revolucionarios le entendemos, porque creemos que la revolución social es muy similar a la revolución que se hace entre las sábanas.
El crepúsculo atraca al triste y solo
violín de mi corazón.
Un crepúsculo que según ese mismo poema, llora y su llanto es música. ¿No hay en Gelman un gerrillero que también se puede disfrazar de payaso?, ¿no se ve en él un malabarista de ideas?
Pero no, no.
Mejor dejarlo.
Axel M. López
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