sábado, 1 de septiembre de 2012

¿Adónde van las ninfas cuando le hablo a la pared?

   La única búsqueda metafísica posiblemente fructífera, cometible y que, en gran medida, puede lograr su oscuro propósito, es el asesinato o el suicidio. No lo digo por nada, pero es allí donde la búsqueda es el encuentro mismo. No hay por qué llorar si esas lágrimas (no lo digo por nada) no se confunden con el rocío en la fauna y obtienen alguna confluencia superadora. Si ahora mismo llorara y esa lágrima se secara en mi piel, sería sin más una simple autosatisfacción, sería golpear a mi inocente perro y dolerme en la culpa, sería la facilidad de siempre en la estupidez de creer en la existencia de un alma invisible, sin cuervos ni pasadizos de lo más palpables hasta en el primer pelotudo que se nos cruza por ahí.
   Todo está allá donde no llego y así ando por las preguntas mediocres de mi característica mediocridad, de por qué el abismo y por qué el miedo al mismo. Sin encontrar más solución que el contagio apenas incipiente a veces llamado política otras amistad, de manera que más de una vez me resultan lo mismo porque nunca dejan de corresponder a. Conclusión previsible pocas veces acatada: sólo me juntaré con aquel que también crea esto.
   Allá donde no llego, donde las ninfas corren, mi breve paraíso de cristal, porque no hay lugar para mí que no se me presente como anacrónico o futurista, no hay lugar para mí en la concreta existencia en su correspondida temporalidad. Me veo como una hoja que quiere caer para arriba (esta hoja antes blanca, por ejemplo) o como una sombra anhelando esperanzadoramente un brillo imposible. No lo digo por nada, pero la sopa se enfría, bébela rápido; la vida es una sola y si fueran dos lo mismo por la numeración...
   Lo más inextricable es saber que cuanto más fuera de mí, más yo sutilmente sorprendiéndome, gratamente renunciando a cualquier tarea metafísica; cuanto más fuera de mí, más cerca de allá donde no llego, donde todo fácilmente se entrevee perdido y no es concebible otra forma de exorcismo que no sea el arte.
   No hay en el mundo lugar para mí, ni hay forma de salir, sólo una técnica para caminar en el borde de ese abismo con el mismo miedo invariable, pero despreocupadamente. Y desde ahí todo lo que ansío es un loquero con la medicación que decida. Vale aclararlo: nunca me molestará trabajar por el morfi, pero me resulta repugnante e impensable trabajar para enriquecer a los reyes parlamentarios (sarazamentarios) y a sus respectivos esclavos y representantes en las empresas alimenticias. Quiero el bosque y quiero las ninfas.
   Hace siglos que no hay dato adjuntado de la última vez que se vieron ninfas. Evidentemente fueron desterradas de sus bosques y el problema no es la irremediable política como tal, los oscuros pasadizos del alma, sino el desencuentro, la ignorancia. Por qué y para qué esas ninfas son desterradas a su precario destino inevitable de la sistematización. Pero muy usualmente el "para qué" es el "para quién", aplicado al caso.
   Quiero un loquero para soñar, sin juicio alguno, con ninfas; quiero pájaros cantores de blues y sirenas a coro; quiero sacarme la piel y el llanto como prueba viviente de un nuevo mundo más hermoso y más posible. No es que quiera habitar el sueño (no lo digo por nada) pero es que ya no quiero resumirme al arte como honorable manifiesto tributista a todos los suicidas. ¿Y qué, cómo puedo...? Así ando de pregunta en pregunta sabiendo que con esto mismo que me pregunto y con alguien que lo lea estoy invadiendo culturas y culturas de ninfas, a las que les pongo ropa y precio junto con sus árboles. Así me muevo en este no-elegir mi vida, por no tener chance. En nombre de la humanidad y las ninfas y los faunos debemos dejar de hablar del amor y la libertad sin conocer ni ninfas ni faunos y con sólo la mínima idea de Humanidad. En nombre de los hijos que aún no tenemos debemos prenteder la construcción aunque sea, mínimamente, con ladrillos de palabras, donde lo más indispensable sea la educación: para el cambio que invariablemente cambiará la educación que lo gestó. Pero, ¿volveremos al bosque o será un simple meneo entre cenizas?
   La única búsqueda es el filo de un puñal poético, digamos la política o los amigos, recireproeducándonos. La concha, pito, pito, pito, bien de su madre, padre, tutor o encargado. En nombre del Hombre también dejemos de decir hombre, y no digamos nada pero sobre todo dejemos de hablar de amor y libertad creyendo que eso resume algo, pero más aún dejemos de resumirnos en el arte sino extendámonos en él, es decir en vez de nadar por placer nademos por limpieza como las ninfas y que sea eso el placer mismo. Debo bañarme porque me gusta y por el calor y porque me gusta refrescarme cuando tengo calor y en invierno no hace falta tanto a menos que la ninfa quiera. Renunciemos a las mitologías del consorcio , a la metafísica que se abstenga de Re-Bolu-Zión. Para hacer de la cultura algo como un cuervo al que nos exponemos a la fantochada de jugar al muerto y en la primera de cambio que nos venga a picotear nos volvemos animales en simulacro de fénix y lo cazamos en plena tarea de carroña y de la religión un nimio pedo hediondo, un trapo rejilla, el cadáver de un Sadoma necrófilo. De tanto coger con las ninfas que el Cuervo cultura se coma el Cadáver de Sadoma Necrófilo y al fin el paganismo más elemental y hermoso. Desde el oscuro pasadizo del alma un paraíso de cristal donde no haya otro perfume que el de los muertos en el parlamento.
   (No lo digo por nada). En nombre de mi nombre me cayo, porque me cansé de la escritura: hablar con la pared y contemplar en ella cómo se plasman las palabras.

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