¿Qué cielo es aquel que busco
y no encuentro por ningún medio ni por ningún entero? Resulta que las chicas
sexys que vienen a mi casa a tocar timbre y a ofrecerse sexualmente para mis
deseos más recónditos, son básicamente cero. No me sorprende entonces, que de
la misma manera sean cero mis ganas de estar con una mujer, o no me sorprende,
de la misma manera que las mujeres sean cero porque mis deseos también pueden representarse con ese número y patatí
y patatá. Hay algo que es como un señuelo o una carnada literaria. Uno empieza
a contar deseos sexuales, atrapa al lector y después sale con cosas que el
lector nunca hubiese imaginado ni en los surrealistas. Es decir que de a ratos
lo mejor que le puede ocurrir a un texto plenamente técnico del buen y
profesionalizado poetado, es introducir a aquel que agarra el libro, el papel,
el caramelo, el blog, la digestión, en el cósmico y hondo mundo de la
literatura en donde un perro puede ser gato, y el gato puede decir mu.
¿Qué
cielo es aquel que busco y no encuentro y demás forradas? El de la literatura,
aquello que puede ser la única manera de encontrar, de olvidar, de buscar, de ver,
de llorar y reír por medio del lenguaje escrito (u oral porque esto que está
escrito de pronto si lo gritara). Vamos a ser sensatos aunque sea por treinta segundos,
y propongámonos algo. Digo de repente, eso que empezó siendo un cielo que busco
y demás forradas, fuera un cielo que tengo o tiene Floreal Acosta, cantor de
óperas rock en una banda llamada Dóciles, y que además de que el cielo fuera
negruzco y tuviera dos o más palomas noctámbulas, ¿qué nos garantizaría que
esto sin más se convirtiera en un cuento que cuento para no decir simplemente
forradas sueltas? Lo que pasó es más bien sencillo. Floreal vio morir ante sus
narices a una monja porque se le cayó una maseta en la cabeza, ante la tormenta
Santa Rita. La monja salió en el periódico y Floreal no. La monja estaba
descansando en paz y Floreal no pudo dormir por una semana. Así, entonces, no
le quedó alternativa que ponerse rapidito a componer canciones nostálgicas de
óperas rock, bien suicidas, bien Ian Curtis, y Baudelaire, para que después, días,
meses, años, pudiera olvidar, la monja, la maceta, su primer encuentro con la
muerte, y todas las demás forradas de la vida, tras largas sesiones
terapéuticas y confortables charlas con la madre, segurísima de que su hijo se
salvó gracias a Dios.
-Pero mamá, ella era monja.
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