No lo niegues porque lo sabías. No lo niegues porque yo mismo lo dije en cien mareas y no hacía falta que vomites, para darme a entender que comprendías a la perfección el mensaje, que no había ningún mensaje y si esto empieza así Dios te libro. (Sí, Dios te libro). Que yo no cabía en tu mundo porque estaba rebalsado, y que vos cabías en el mío porque es un pozo ciego, pero la cabeza te salía un poco para fuera por tu altura, y entonces se te enfriaba la nariz y el borde de las orejas. No lo niegues: bien sabías que me alcanza con que alguien diga muerte para que me levante; que diga tren para que en mi mundo sea barco; que diga martes para que yo pregunte dónde está el quiosco; que alguien diga “termine de pintar la azotea” para que yo suscite, con el gesto de quien tiene treinta y tres de mano, la lluvia; o que me alcanza también con que me pidan un rico mate (esos que no tomás) para que, por un segundo de distracción, vuelque el termo sobre la mesa, que evidentemente empujará el mate, que caerá inminente sobre la alfombra y todas sus consecuencias desencadenantes, desperdiciando la yerba hoy día oro en polvo: pido perdón sabiendo que es poco.
Es fácil. Cuanto más estudio la
complejidad del ser, menos entiendo a las personas. Lo que antes hacía de una
forma tan naturalizada, eso que otrora me hacía comprensivo –con un mirar me
era suficiente–, ahora con tanto conocimiento (tampoco es tanto) me cuesta
tonto. Y también tu decena de bufandas que no sé por qué me hacen acordar a los
afectos.
Resolución
de todos los días: no puedo hacerme cargo ni siquiera de que no puedo hacerme
cargo ni siquiera de que. Para mejor, vos no tenés otra genial idea que
resolver acertijos policiales de unos libros que no donarás porque quizá te
sirven pedagógicamente para, y porque sabemos que no querés terminar de
preceptora, y porque sabemos que no lo harás. Para mejor, vos no tenés otra
genial idea que decirme que agarre la libreta de tu mochila, que está a mano
(ahí en tu casa, donde todo está a mano y sobre todo los papeles, vos chica
letrada, chica de decena de bufandas) porque yo te pedí algo para anotar sobre
dichos acertijos a resolver. Y no sólo eso, para mejor, no tenés otra genial
idea que pedirme encarecidamente que use la parte de atrás de la libreta,
porque no querías que yo lea lo que Ana tenía para decir, pero claro que hasta
entonces yo no sabía de la existencia de Ana.
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