Lo que pasa es primeramente que no encuentro un nombre que se corresponda en mi rostro, que no sea el que tengo, el que me fue dado y prefiero no repetir porque vuelvo al atrás, al tiempo de deshacer las letras -lo proferido- y me quedo en el reverso carnal que hay en cada papel antes de que sea escrito. Ya sin eso no hay ninguna posibilidad de introducir un personaje que me exija proyecciones y argumentaciones, y que viva y se conflictúe y luego lo idóneo. Ese no-personaje apátrido que no se encuentra en ningún lado
ni acá
a veces
cuando escribe,
y si preguntan por él,
tampoco existe.
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