Es insignificante
que al funeral de un payaso hayamos venido los poetas con los poetas y los
malabaristas con los malabaristas, como una meticulosa orquesta sin sorpresas o
el comedor de un obsesivo compulsivo. Lo que importa, lo que realmente importa,
es que nos ha dejado un amigo qué digo un amigo, Rulf era como ser un ejemplo
para todos nosotros, un símbolo o ícono de todo aquello a lo que aspirábamos,
aquello que anhelábamos: la sonrisa contagiosa, la risa desenfrenada como una
varicela.
¿Cómo no llorarlo
y agradecer por tantos años de compartir juntos charlas metafísicas?, ¿cómo no
extrañar la incomparable rareza del aroma a fresno en su clásica chaqueta
escarlata?
Hoy lo velaremos
a cajón abierto y cuando lloremos sobre su pecho, de su flor nos salpicará
agua, y se reirá en todas nuestras caras con el talante de sus bromas. Déjenme
despedirme último, que todavía tengo esa esperanza.
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